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Posicionamiento al respecto de la represión expresiva en El Salvador

  • Foto del escritor: Rever Multimedio
    Rever Multimedio
  • 29 jun 2024
  • 4 Min. de lectura

Creemos firmemente en la prevalencia del ojo obstinado que ve al pasado buscando el futuro si le niegan el presente.


Creemos en el grito desgarrador que asusta al opresor.


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Mis anuncios no mienten


El presidente estaba muy estresado últimamente. Se encontraba en su despacho oficial, sentado en su gran escritorio de roble con unos papeles en blanco distribuidos por casi toda la superficie. Trataba de ordenar esos papeles buscando un orden que no lograba dimensionar.


Su esposa, la Primera Dama, estaba en una esquina del despacho. Sonreía todo el tiempo y sin quitarle la mirada de encima a su esposo, como su contrato laboral, que el presidente había redactado personalmente, ordenaba. Sin importarle el dolor en los músculos faciales, ella debía sonreír, esto generaba una sonrisa extraña: temblorosa, paranoica.


Después de un tiempo, el presidente suspendió, hastiado, su búsqueda del orden inexistente, apartó las páginas y descansó su cabeza sobre sus brazos, que formaban el típico pilar que pronuncia descanso y tedio. Sin quitar la cabeza de sus manos dijo el presidente, “Graciela, vení para acá ya… pero ya”. “Sí mi amor” dijo la esposa con dificultad debido a la sonrisa atrofiada a la que debía someterse.


Se acercó apresurando el paso, se plantó atrás de su esposo y le sobó la espalda. “¿Qué pasó mi amorcito?” dijo entre dientes Graciela. “Mirá, llamá a tu amiga esa la hippie con la que dizque bailabas folclor cuando estabas bicha. Decile que te pase el número del cieguito que hace masajes, porque me siento bien trabado de la espalda y del cuello. Te apurás Graciela, ¿entendiste?”. La Primera Dama contestó rápido, como también su contrato dictaba “sí, mi amor lindo”.


Graciela volvió a la esquina y buscó en su celular, entre lágrimas de aflicción y su sonrisa imborrable, el contacto que su esposo le pidió, aunque estaba segura de no tenerlo. Buscó entonces en internet a un masajista ciego a domicilio. El primer resultado decía “Harmodio: Masajista ciego con experiencia en masajes relajantes y liberadores para todas las personas”.


Graciela llamó inmediatamente a Harmodio y concretaron la llegada a casa presidencial en una hora. Aliviada, le informó al presidente que en una hora su masajista llegaría. “Puta vos, ¿sos eficiente veá? el colmo fuera si la única mierda que tenés que hacer es obedecerme, ja, ja, ja. Cuando venga te salís ¿oís? no te quiero adentro” A lo que Graciela, contractualmente contestó: “Sí, mi amorcito bello”.


Harmodio llegó puntual, un señor con los ojos blancos, sin lentes oscuros para cubrirlos, de baja estatura, canoso y moreno. Los guardias lo catearon efusivamente y revisaron su cama de masajes portátil en forma de maletín. Lo hicieron pasar y llegó hasta la puerta del despacho principal, tocó la puerta y Graciela lo recibió. “Pase, Harmodio, gracias por venir”, “gracias a ustedes, compermiso”, contestó el masajista.


“Ah, este es el cieguito pues, pase adelante señor, sin pena sin pena. Graciela, qué mierda estás haciendo aquí todavía? Salite pero ya, no me vayas a emputar” dijo el presidente de La República Federal Centroamericana. “Ahorita, amor” contestó Graciela y salió del despacho.

Harmodio comenzó a armar la cama de masaje frente al escritorio, tenía un sentido de la localización muy desarrollado. El presidente, mientras tanto, comenzó a desnudarse sin quitarle la mirada de Harmodio, como un niño haciendo travesuras con la seguridad de que no habrán consecuencias.


El presidente se instaló en la cama y el masaje empezó. Mientras agregaba más aceite a la espalda del presidente, Harmodio comentó “tiene bastantes nudos en la espalda, justo a la altura del corazón, ya se los vamos a deshacer”, siguió masajeando y llegó al cuello donde caía el cabello del presidente debido a su peinado. “Ah, se peina para atrás, bonito le ha de quedar” dijo Harmodio. “Sí, sí, puta, qué habla, cállese, me está estresando” dijo el jefe de la República.


Después de un tiempo sin hablar y habiendo terminado de masajear la espalda, el masajista le pidió a su paciente que se diera la vuelta para masajear su cuerpo de frente. El presidente se movió como Harmodio le pidió y empezó a masajear de nuevo.


“Tiene también nudos en los pectorales, señor, a la altura del corazón como los de la espalda. Puedo sentir sus intestinos inflamados, señor, son heces acumuladas, están llegando casi de nuevo al estómago. Sus huesos están muy delicados, puedo sentir delgaditas delgaditas sus costillas. Su corazón tiene una arritmia bien linda, parece un niño tocando tamborcitos. Su respiración, señor, hiede. Ya casi vamos a llegar, solo un poquito más… Relájese, señor presidente, relájese, ya casi” dijo Harmodio sin extrañeza y con mucha alegría.


“Ya llegamos, señor, ya está heladito. Un gusto, presidente” concluyó el masajista. Inmediatamente, Harmodio gritó desde el despacho, con el presidente todavía en la cama de masaje “Ya estuvo el masaje Primera Dama. ¿Me ayuda a guardar mis cosas?”. Graciela entró con su sonrisa tullida, sus labios secos y extrañada porque no fue su esposo el que le ordenó entrar. Vió a su esposo más pálido de lo usual, inerte, callado, con los ojos cerrados y medio hundidos. La posición de los labios de Graciela volvió a la normalidad y gritó con buena dicción: “¿Qué putas hizo Harmodio? ¿Dios mío, qué pasó? Usted no es un masajista ¡lo mató, lo mató!


“No, Primera Dama, discúlpeme, pero mis anuncios no mienten, el presidente se relajó y yo liberé personas. Estas manos liberan, señora, estas manos liberan” Dijo Harmodio.


Catalejo Martí

 
 
 

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